Corríamos de los pacos, que nos acorralaban entre Estado y Moneda, y si dábamos la vuelta en Alameda nos encontrábamos con un piquete de veinte pacos.
Pero nuestro amor perdura, sobrepasa las leyes del estado asesino y decrépito que nos quiere hundidos. Muéstrame tus ojos fruncidos.
Páseate como fiera entre las avenidas cortadas y con tu mirada en el fuego.
Armemos la revolución con nuestros dedos. Abajo el trabajo y todos sus sobrenombres.
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